Alguna vez hemos tenido que ingresar en un hospital por la fatalidad de haber contraído una enfermedad, deteriorándose nuestra propia salud y normalmente la habitación que nos asignan es compartida con otro paciente. La separación entre camas ronda unos escasos 100 cms y se hace por medio de unas cortinas especialmente diseñadas que cuelgan del techo con la ayuda de un riel. La función de estas cortinas es proporcionar privacidad física en aquellos momentos donde el personal de enfermería tiene que atender de manera personalizada a cada paciente por separado. La costumbre es que las visitas tengan que salir de la habitación durante dicha atención para que el paciente no sienta invadida su intimidad visual. Esta intimidad es muy relativa porque hay pacientes que poseen una sensibilidad psíquica mucho mayor que otras, por ello algunos médicos actúan solo en base a su profesión y no mezclan motivaciones personales (en ocasiones un exceso de estas motivaciones puede implicar una mala gestión interpersonal). Pese a ello, las normas deontológicas en medicina son muy claras y extensas, quizás actúen como una cuarta pared para el profesional, pero sin duda alguna vez algún facultativo ha tenido que lidiar con el derecho a la objeción de conciencia por conductas contrarias a sus valores o a su moral.

A pesar de que existe ese derecho, el médico o enfermero que atiende al paciente siempre acaba adentrándose en la atmósfera más intima del paciente y a veces cuando se corren las cortinas se dan situaciones que si bien para el paciente puede parecer un tanto incómodas, para los facultativos de los hospitales suelen ser cuestiones más triviales al tener una mentalidad bastante más abierta y razonable  que gestionan a través de diversas estrategias implícitas en el cuidado, haciendo de esta manera que el paciente colabore y confíe. Claro que esto es fácil de decir, pero se dan muchos los casos donde por saturación de los propios servicios hospitalarios y las prisas la adecuada atención de los médicos acaba siendo deficitaria. Tras buscar la opinión de muchas personas que han vivido este tipo de situaciones, nos han podido constatar que en algunas necesidades no existen las distancias entre las percepciones de los profesionales y las preferencias, opiniones y expectativas de los pacientes. Aunque existen también momentos en los que los pacientes se sienten satisfechos, muchas veces se deja en evidencia de importantes vacíos de intimidad, inadvertidos muchas veces por los profesionales.

En otras ocasiones no nos damos cuenta que la mera intimidad física que se guarda tras una cortina queda a veces en un segundo plano, siendo el aspecto psicológico y espiritual el más importante. Este otro aspecto de la intimidad del paciente puede llegar a ser determinante  en su recuperación si se gestiona adecuadamente por los médicos, porque hace más efecto del que creemos cuando hay una empatía, un saber escuchar o una mirada sincera y compasiva. Humanizar la asistencia sanitaria es pues un reto permanente que debe conjugar la verticalidad de las enfermedades que se tratan y la transversalidad con los pacientes.